lunes, 21 de febrero de 2011

CUANDO LA MARMOTA RÍE (E. Mariscal)

"En cierta ocasión los animales se pusieron de acuerdo en que no debían traicionar a la alegría. Sólo gozarían el derecho a vivir las especies alegres; los ejemplares tristes tenían que desaparecer, morir aplastados por la pesadumbre.


Para ello todas las categorías debían someterse a un examen terminante: hacer reír a la marmota.


El recurso adoptado era utilizar un chiste o historia divertida. Si conseguían que la marmota riese, era evidente que el relator disponía de una alegría contagiosa y, por lo tanto, tenía derecho a vivir, sencillamente, por su euforia o bonhomía.


El primer turno le correspondió a la tortuga que se esmeró para que la marmota apreciase una anécdota festiva. La evaluadora no se rió; ninguna gracia le proporcionó el lento y longevo quelonio y por consiguiente su mutismo expresivo sentenció la muerte inexorable.


Luego, le tocó en suerte a la liebre, quien contó lo suyo con entusiasmo y confianza: la marmota no rió. Y la simpática corredora sufrió la indiferencia fatal. Luego el pavo, más tarde el oso, después el gallo, la cebra. Todos fracasaron...
De pronto se presentó la lechuza. Con voz firme y en frases cortas, narró una desopilante historia de enredos... Todos miraron ansiosos a la marmota que comenzó a reír y reír cada vez en forma más estruendosa, incontenible.

El león, admirado preguntó:


-¿Te gustó el cuento de la lechuza?


-No, ¡qué bueno el de la tortuga!"


Cuando la marmota ríe, hay que remontarse a las causas primeras, remotas, porque tarda en festejar.

Hay que tomarse un tiempo para ver. Necesitamos una pausa para reaccionar, para comprender, una distancia para "darnos cuenta".


A veces estos lapsos suelen ser muy prolongados, otras, no tanto; dependen las respuestas, de la disponibilidad interna para lo nuevo, de la capacidad de asombro y la libertad mental que tenga el observador.

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